Prensa
Jorge de la Vega según Luis Felipe Noé
Por Fabián Lebenglik
Página 12, 3 de agosto de 2021.
-¿Cómo conoció a Jorge de la Vega?
-Lo conocí gracias a mi hermana, porque él venía a casa a estudiar con ella para entrar a la Facultad de Arquitectura. El tenía 18 años y yo 15. Cuando venía, me pedía que le fuera a comprar cigarrillos… los cigarrillos que terminaron siendo fatales, porque tenía siempre uno en la boca.
-¿Usted ya había visto su pintura?
-Yo le tenía admiración porque él ya exponía: hacía una obra que tenía influencia de Modigliani. El padre de Jorge, que había nacido en Barcelona, era pintor aficionado y le había dado ciertas ideas de la pintura desde chico. Más adelante, cuando ya estaba en la Facultad de Arquitectura, tuvo la influencia del arte geométrico.
-¿Cuándo comenzó la amistad?
-Puedo dar la fecha exacta: el 8 de octubre de 1959, porque fue el día de la inauguración de mi primera exposición, en la galería Witcomb. En ese momento empieza también mi amistad con Alberto Greco y con Rómulo Macció. Entonces Jorge se acercó y me dijo que ya estaba un poco cansado de la geometría y que mi obra le había interesado.
Al poco tiempo de aquella inauguración mi padre me dijo que podía ir a pintar a la fábrica de sombreros que había sido de mi abuelo, porque estaban liquidando la empresa. Era un lugar enorme: había espacio de sobra. Entonces ahí se colaron Greco y Macció. De la Vega tenía su propio taller, donde pintaba cuadros chicos. Pero cuando quería pintar en tamaño grande venía a mi taller, cada vez más seguido. Nos hicimos muy amigos.
-¿Cuándo surge la idea del grupo?
-Ya éramos más o menos un grupo. Queríamos hacer algo más grande. Era el tiempo de la gran rivalidad entre figurativos y abstractos. Pensamos en formar un movimiento que superara aquella rivalidad y que en cierto modo reflejara nuestro contexto. Lo fuimos elaborando con Macció y De la Vega. Pero Greco se abrio porque decía que volver hacia lo figurativo era como dar un paso atrás, aunque lo hizo enseguida. Macció propone integrar a Ernesto Deira. Y así, entre los cuatro, empezamos a proponerle a otras personas que se sumaran. Pero varios nos dijeron que no: algunos por abstractos, como el propio Greco y Antonio Seguí (que venía de México y estaba haciendo pintura abstracta con materia, muy armada). Otros, por figurativos, cómo Miguel Dávila y Jorge Demirjian; y otros, como Distéfano, que estaba muy metido en el diseño. Los únicos que nos dijeron que sí para la primera exposición fueron Sameer Makarius, que era fotógrafo y pintor abstracto. Y Jorge a su vez propuso a Carolina Muchnik. Así se conformó la primera exposición.
-Después sigue el viaje a París.
-Nos fuimos todos a Europa: Deira y Macció, con la beca del Fondo Nacional de las Artes. Yo, con la beca del gobierno francés. Y De la Vega, con sus ahorros. Primero Jorge y yo nos fuimos en barco y nos instalamos por un lado. Después vinieron Macció y Deira y se instalaron en otro lugar, siempre en los suburbios de París. Dentro del grupo, éramos dos subgrupos. Yo me entendía muy bien con Jorge. Nos hicimos amigos íntimos. Ibamos a ver muchas exposiciones. Me acuerdo por ejemplo, cuando Jorge descubrió a Fernand Léger. Y pensándolo en perspectiva, creo que gravitaron mucho los blancos de Léger en los blancos de De la Vega. En mi caso, el impacto fue con la obra de Duchamp del banco y la rueda de bicicleta. Ese tipo de ruptura gravitó mucho en mí. Yo buscaba también la ruptura, y Jorge, por su parte, quería romper el rectángulo. Nos íbamos entusiasmando mutuamente.
-¿Cómo fue la vuelta del grupo desde París?
-Fue en tandas: Macció y Deira se vuelven un poco antes. Después Jorge y yo, nuevamente en barco. La fábrica de sombreros, nuestro taller, se había vendido. Y cuando llegamos, Deira nos grita desde abajo: “¡Tenemos taller!” Era el taller de él, en Carlos Pellegrini, entre Marcelo T. de Alvear (que entonces se llamaba Charcas) y Santa Fe, del lado en que se venía el ensanche de la 9 de Julio. Estuvimos ahí entre 1962 y 1965. Teníamos habitaciones separadas: Deira y Maccío, por un lado. De la Vega y yo, por otro. Después tiraron abajo el edificio a fines de 1965 o en 1966.
Al volver expusimos los cuatro en la galería Bonino. Aquella exposición fue muy buena, pero Jorge y yo nos habíamos autocensurado, porque no mostramos la obras de ruptura que acabábamos de hacer. Resulta que Bonino tenía libre también la fecha siguiente, así que nos propuso continuar. Y decidimos mostrar otros cuadros. Por eso hay un afiche en donde se anuncian las dos partes. En la segunda parte tuvimos el coraje de incluir aquellas obras rupturistas: él expuso una tela suelta de su bastidor. Una obra que no sobrevivió. Pero hay fotos. Creo que se llamaba algo así como “Forma irregular”. Y yo expuse mi cuadro “Mambo”.
-Después viene la etapa de Nueva York.
-De la Vega y Deira también fueron a Estados Unidos. En el caso de Jorge, fue invitado por la Cornell University como profesor; y yo, por la beca Guggenheim. Nos encontramos en Nueva York y compartimos un taller. En los más de diez años de amistad y trabajo, Jorge y yo compartimos cinco talleres. Él regresó a Buenos Aires un año antes que yo. Y cuando yo vuelvo lo encuentro completamente cambiado. De tímido pasó a cantar en público. Hacía espectáculos. Había dejado de beber. Empezó a ir a Alcohólicos anónimos; se psicoanalizaba. Y además estaba con planes de casarse con Marta Rossi, su amiga desde la adolescencia: y se casó. En un año, su cambio fue enorme: era otro tipo.
(…)